28 de enero de 2011

calendario


El viaje a Thentis duraba un día en tarn, pero en la carreta llevaría casi un mes goreano, es decir unos veinticinco días. En la mayoría de los calendarios de las diferentes ciudades hay doce meses goreanos de veinticinco días. Cada mes, de cinco semanas de cinco días, está separado de los restantes meses por un período de cinco días, llamado la Mano de Pasaje; con una excepción, que el último mes del año está separado del primer mes del año siguiente no sólo por una Mano de Pasaje sino por otro período de cinco días, la Mano que Espera, durante el cual, las puertas se pintan de blanco, se ingiere escaso alimento, se bebe menos y no hay cantos ni regocijo público en la ciudad; durante este período los goreanos salen lo menos posible. Por extraño que parezca, los Iniciados no atribuyen mucha importancia religiosa a la Mano que Espera. Quizá se trata de un período de duelo por el año que pasó; los goreanos, que pasan gran parte del tiempo al aire libre, sobre los puentes y en las calles, están mucho más cerca del año natural que la mayoría de los humanos de la Tierra; pero cuando llega el Equinoccio Vernal, que es el primer día del Año Nuevo en la mayoría de las ciudades goreanas, reina gran regocijo; las puertas se pintan de verde, y se entonan canciones en los puentes, se realizan juegos y concursos, se visita a los amigos y se celebran fiestas, que se prolongan los diez primeros días del primer mes, de modo que se duplican los días de la Mano que Espera. Por desgracia, los nombres de los meses difieren de una ciudad a otra; pero en las ciudades civilizadas hay cuatro meses asociados con los equinoccios y los solsticios y con las grandes ferias de las Montañas Sardar, meses que tienen nombres comunes, los meses de En’Kara o En’Kara-Lar-Torvis; En’Var o En’Var-Lar-Torvis; Se’Kara o Se’Kara-Lar-Torvis; y Se’Var o Se’Var-Lar-Torvis. Elizabeth y yo llegamos a Ko-ro-ba durante el segundo mes, y ella partió el segundo día de la Segunda Mano de pasaje, la que sigue al segundo mes. Calculamos que llegaría a la Casa de Clark hacia la Tercera Mano de Pasaje, la que precede al mes de En’Var. Calculábamos que, si todo salía bien, llegaría a la Casa de Cernus hacia fines de En’Var. Si la enviaban con otras jóvenes en carro, no sería posible ajustarse al plan; pero sabíamos que en el caso de mercancías selectas —y Elizabeth correspondía a esta categoría—, la Casa de Clark organizaba el transporte por tarn; es decir, seis esclavas en un canasto, y grupos de un centenar de tarns, con escolta y volando simultáneamente.
      Yo había decidido esperar hasta la Cuarta Mano de Pasaje, la que seguía a En’Var, y después ir en tarn a Ar, donde me presentaría como un tarnsman mercenario que buscaba empleo en la Casa de Cernus; pero cuando, a principios de En’Var, mataron al guerrero de Thentis que se me parecía, decidí ir a Ar disfrazado de Asesino. Además, me parecía conveniente permitir que los habitantes de Ar creyesen que Tarl Cabot había muerto asesinado. Tenía que afrontar el asunto de la venganza; la sangre del guerrero muerto en un puente de Ko-ro-ba exigía la venganza de la espada. No se trataba sólo de que Thentis era aliada de Ko-ro-ba; además, se había cobrado la vida del guerrero buscando la mía, y por lo tanto a mí me tocaba hacer justicia.

asesino


      Servían la comida varias esclavas jóvenes ataviadas con túnicas blancas, y cada una tenía un collar de esmalte blanco. Seguramente eran jóvenes que seguían el curso de instrucción; algunas quizá eran jóvenes de la Seda Blanca, acostumbradas a las rutinas y las técnicas del servicio de mesa.
      Una llevaba un gran jarro de vino Ka-la-na diluido; se acercó por detrás, subió los dos peldaños que conducían al ancho estrado de madera donde estaban nuestras mesas. Se inclinó sobre mi hombro izquierdo, el cuerpo tieso y el rostro serio.
      —¿Vino, amo? —preguntó.
      —Perra —silbó Ho-Tu—. ¿Por qué sirves primero a un extraño en la mesa de tu amo?
      —Perdona a Lana —dijo la joven, los ojos llenos de lágrimas.
      —Deberías estar en las mazmorras —dijo Ho-Tu.
      —Él me atemoriza —gimió la joven—. Pertenece a la casta negra.
      —Sírvele vino —dijo Ho-Tu—, o te desnudaremos y te arrojaremos a una mazmorra de esclavos.
      La joven se volvió y se retiró; después se acercó de nuevo y ascendió los peldaños, con gestos delicados, casi con timidez, la cabeza gacha. Después se inclinó hacia delante, dobló apenas las rodillas, el cuerpo elegante. Cuando habló su voz era apenas un murmullo en mi oído: “¿Vino, amo?” Como si no estuviera ofreciendo vino, sino su propia persona. En una residencia grande donde hay varias esclavas, es sencillamente un acto de cortesía de parte del dueño de la casa permitir que el huésped use durante la noche a una de las jóvenes. Cada una de las muchachas consideradas elegibles para ese servicio más tarde o más temprano durante la noche se aproximan al huésped y le ofrecen vino, y si él acepta la bebida, con ese acto está indicando que también está interesado en la joven.
      Miré a la joven. Sus ojos dulces se encontraron con los míos. Tenía los labios entreabiertos.
      —¿Vino, amo? —preguntó.
      —Sí —dije—, beberé vino.
      Vertió en mi copa el vino diluido, inclinó la cabeza y con una sonrisa tímida se retiró con movimientos elegantes, descendió los peldaños, se volvió y se alejó deprisa.
      —Por supuesto —dijo Ho-Tu—, no puedes tenerla esta noche porque es Seda Blanca.
      —Entiendo —dije.

17 de enero de 2011

Norman: mujer

Alcé una mano para cerrar la puerta de plástico.
El gesto pareció despertar a Vika, y todo su cuerpo tembló de pronto con el pánico de un hermoso animal atrapado.
—¡No! —gritó—. ¡Por favor, amo!
Corrió hacia mis brazos. La sostuve un momento y la besé, y sus labios se unieron con los míos, húmedos y cálidos dulces, ardientes y salados a causa de las lágrimas que había derramado, y después la aparté de mí, y cayó cerca de la caja, contra la pared. Se volvió para mirarme, apoyada en las manos y las rodillas. Meneó la cabeza, como negándose a creer lo que le ocurría. Alzó las manos hacia mí.
—No, Cabot —dijo—. No.
Cerré la puerta de plástico y la aseguré. Moví la llave en la cerradura y oí el golpe firme y seco del mecanismo.
Vika de Treve era mi prisionera.
Con un grito se incorporó y se arrojó contra la pared de la caja, golpeando salvajemente con sus pequeños puños. —¡Amo! ¡Amo!
Metí la llave en el bolso de cuero, y me lo colgué del cuello.
—Adiós, Vika de Treve —dije.
Dejó de golpear la división de plástico, y me miró fijamente, el rostro surcado de lágrimas.
Después, me asombró ver que sonreía, enjugaba una lágrima, y meneaba la cabeza, sonriendo ante el absurdo de su propia reacción.
—De veras te marchas —dijo.
—Sí —contesté.
—Sabía —dijo— que en realidad era tu esclava, pero hasta ahora no he sabido que en realidad eras mi amo. Me miró a través del plástico transparente, conmovida. —Es extraño sentir —continuó— y saber que alguien es realmente nuestro amo, saber que sólo él tiene derecho a hacer con una lo que le plazca, pero que nuestra voluntad no cuenta, que una es impotente y debe y quiere hacer lo que él manda, porque es necesario obedecer.
De pronto, Vika me sonrió. —Es bueno pertenecerte, Tarl Cabot —dijo—, me agrada pertenecerte.
—No comprendo —dije.
—Soy mujer —dijo—, y eres hombre, y eres más fuerte que yo, y soy tuya, algo que tú sabías y que ahora también yo aprendí.
Vika inclinó la cabeza. —En el fondo de su corazón —dijo Vika— la mujer siempre desea soportar las cadenas un hombre.
La afirmación me pareció bastante dudosa.
Vika alzó los ojos y sonrió. —Por supuesto deseamos elegir al hombre.
Eso me pareció menos dudoso.
—Y yo te prefiero, Cabot —agregó.
—Las mujeres desean ser libres —repliqué.
—Sí —convino la muchacha—, también deseamos ser libres. En todas las mujeres hay algo de la Compañera Libre y algo de la esclava.
La contemplé, ahora sin rencor. —Debo marcharme —insistí.
—Cabot, cuando te vi por primera vez —dijo—, supe que me poseías. —Fijó sus ojos en los míos: —Deseaba ser libre, pero sabía que tú eras mi dueño… a pesar de que no me habías tocado ni besado. Supe que desde ese momento era tu esclava; tus ojos me dijeron que te habías adueñado de mí, y mi instinto más secreto así lo reconoció.
Me volví para salir.
—Te amo, Cabot —dijo de pronto, y como confundida, y tal vez atemorizada, de pronto inclinó humildemente la cabeza—, Quiero decir… que te amo, señor.
Sonreí ante la rectificación de Vika, pues una esclava rara vez puede dirigirse al amo por su nombre, sólo está autorizada a mencionar el título. El privilegio de usar el nombre, de acuerdo con la costumbre más usual, está reservado a la mujer libre, y sobre todo a la Compañera Libre.
Los ojos de Vika expresaban inquietud, y sus manos se movían como si deseara tocarme a través del plástico.
—¿Puedo preguntar —inquirió— adónde va mi amo?
—Voy a dar Gur a la Madre.
—¿Qué significa eso? —preguntó, asombrada.
—No lo sé —contesté—, pero me propongo averiguarlo.
—¿Es necesario que vayas? —preguntó.
—Sí —repliqué—, tengo un amigo que puede estar en peligro.
Me volví para salir, y oí su voz que decía: —Amo, te deseo bien.
Era una joven extraña.
Si yo no hubiera sabido cuán maligna y engañosa era, qué cruel y traicionera, podría haberme permitido dirigirle una palabra amable.
Su desempeño había sido soberbio, casi convincente, y hasta me vi inducido a creer que yo le importaba.
—Sí —dije—, Vika de Treve… esclava… representas bien tu papel.
—No —dijo—, no… amo… ¡Te he entregado mi corazón!
Me reí de ella.
Me volví porque tenía cosas más importantes que atender que ocuparme de la infiel mujerzuela de Treve.
—Proveeré alimento y agua a la hembra mul —dijo el jefe de los ayudantes.
—Si así lo deseas —dije, y, me retiré.

12 de enero de 2011

prueba

Vika hirvió y aderezó una marmita con sullage, una sopa goreana
usual formada por tres ingredientes comunes y, según se afirma, todo lo que se quiera agregar después, exceptuando claro está, las piedras del camino.
La carne era un bistec, extraído de un bosko, un enorme y peludo bovino de cuernos largos, que forma grandes manadas en las llanuras de Gor. Vika coció la carne, gruesa como el antebrazo de un guerrero, sobre una pequeña parrilla de hierro, puesta sobre un fuego de cilindros de carbón.
Además del sullage y el bistec de Gor, estaba la inevitable hogaza chata y redonda del pan amarillo de Sa-Tarna. Completó la comida un puñado de uvas y un trago de agua servida del grifo de la pared.
Las uvas eran de color púrpura, y supongo que eran uvas Ta, cultivadas en los viñedos bajos de la isla de Cos, a unos cuatrocientos pasangs de Puerto Kar. Una sola vez las había probado antes, durante un festín ofrecido en mi honor por Lara, que era Tatrix de la ciudad de Tharna. Si en efecto eran las mismas uvas, tenían que haber viajado en galera de Cos a Puerto Kar, y de éste a la Feria de En´Kara. Puerto Kar y Cos son enemigos ancestrales, pero eso no impide un activo y provechoso contrabando. Aunque quizá no eran uvas Ta, pues Cos estaba muy lejos, y no era probable en vista de la distancia, que las frutas conservasen su frescura. Me extrañó que sólo hubiese agua para beber, y no me sirvieran las bebidas fermentadas de Gor, por ejemplo: Paga, vino Ka-la-na o Kal-da. Miré a Vika.
No se había preparado una porción para ella misma, y después de servirme se arrodilló en silencio a un costado, en la posición de una esclava.
Digamos, de paso, que en Gor las sillas tienen un significado especial, y no aparecen a menudo en las viviendas privadas. En general se las reserva para los personajes importantes, por ejemplo: los Administradores y los jueces.
El varón goreano cuando quiere estar cómodo, generalmente se sienta con las piernas cruzadas, y la mujer se arrodilla, y se sienta sobre los talones. La posición de la esclava que había adoptado Vika arrodillada, difiere de la posición de la mujer libre sólo por el lugar que ocupan las muñecas, apoyadas sobre los muslos, y cruzadas como si estuvieran sujetas por ligaduras. Las muñecas de una mujer libre nunca adoptan esa pose.
Por otra parte, la posición de la esclava de placer difiere de la posición de la mujer libre y de la esclava común. Las manos de una esclava de placer normalmente descansan sobre los muslos, pero creo que en ciertas ciudades, por ejemplo en Thentis, están cruzadas a la espalda. Lo más importante es pues que las manos de una mujer libre también pueden descansar sobre los muslos, pero hay cierta diferencia en la posición de las rodillas. En todas esas posiciones arrodilladas, incluso cuando se trata de la esclava de placer, la mujer goreana consigue sentirse cómoda; mantiene la espalda erguida y el mentón alto.

'Los Reyes Sacerdotes de Gor', John Norman