28 de enero de 2011

asesino


      Servían la comida varias esclavas jóvenes ataviadas con túnicas blancas, y cada una tenía un collar de esmalte blanco. Seguramente eran jóvenes que seguían el curso de instrucción; algunas quizá eran jóvenes de la Seda Blanca, acostumbradas a las rutinas y las técnicas del servicio de mesa.
      Una llevaba un gran jarro de vino Ka-la-na diluido; se acercó por detrás, subió los dos peldaños que conducían al ancho estrado de madera donde estaban nuestras mesas. Se inclinó sobre mi hombro izquierdo, el cuerpo tieso y el rostro serio.
      —¿Vino, amo? —preguntó.
      —Perra —silbó Ho-Tu—. ¿Por qué sirves primero a un extraño en la mesa de tu amo?
      —Perdona a Lana —dijo la joven, los ojos llenos de lágrimas.
      —Deberías estar en las mazmorras —dijo Ho-Tu.
      —Él me atemoriza —gimió la joven—. Pertenece a la casta negra.
      —Sírvele vino —dijo Ho-Tu—, o te desnudaremos y te arrojaremos a una mazmorra de esclavos.
      La joven se volvió y se retiró; después se acercó de nuevo y ascendió los peldaños, con gestos delicados, casi con timidez, la cabeza gacha. Después se inclinó hacia delante, dobló apenas las rodillas, el cuerpo elegante. Cuando habló su voz era apenas un murmullo en mi oído: “¿Vino, amo?” Como si no estuviera ofreciendo vino, sino su propia persona. En una residencia grande donde hay varias esclavas, es sencillamente un acto de cortesía de parte del dueño de la casa permitir que el huésped use durante la noche a una de las jóvenes. Cada una de las muchachas consideradas elegibles para ese servicio más tarde o más temprano durante la noche se aproximan al huésped y le ofrecen vino, y si él acepta la bebida, con ese acto está indicando que también está interesado en la joven.
      Miré a la joven. Sus ojos dulces se encontraron con los míos. Tenía los labios entreabiertos.
      —¿Vino, amo? —preguntó.
      —Sí —dije—, beberé vino.
      Vertió en mi copa el vino diluido, inclinó la cabeza y con una sonrisa tímida se retiró con movimientos elegantes, descendió los peldaños, se volvió y se alejó deprisa.
      —Por supuesto —dijo Ho-Tu—, no puedes tenerla esta noche porque es Seda Blanca.
      —Entiendo —dije.

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